A pocos días de la Navidad el tráfico, las compras y los rateros están a full, la gente sale de un lado a otro buscando el regalo perfecto para sus seres queridos, y los seres queridos se aprovechan para que su lista de regalos sea interminable y así asegurarse alguito bueno para la Nochebuena; las amas de casa se esmeran en arreglar su hogar para que sea el más bonito del barrio y se convierta en el modelo a seguir entre todas las casas vecinas. Las luces de colores empañan los ojos de los transeuntes y un fuerte pero cada vez menos convincente "Jo, jo, jo" de un gordito simpaticón inunda las calles. Los padres de familia sueñan con su grati, su canasta y en el mejor de los casos su pavo. Soñar no cuesta nada.
Llega el 24 de diciembre a las doce de la noche, se hace el brindis con su champagne o con su chelita, se abrazan, se reparten los regalos, los abren, los niños juegan con ellos, los más grandes agradecen, cenan con pavito o pollo. Eso es típico de una familia peruana, pero ahí falta algo, se olvidaron del verdadero significado de ésta fiesta.
Muy aparte de los regalos y de las cosas materiales, la Navidad es la fecha perfecta para pasarlo en familia, sin importar de que religión somos esta es la oportunidad ideal para decir a las personas que amamos lo que sentimos por ellos, es una fecha exacta para dar un beso, abrazo, perdonar o ser perdonado, es para pintar nuestra vida de color esperanza, para amar, comprender y tolerar.
Todos caemos en el gusto que da comprar o recibir regalos, tener nuestra casa bonita y bien arreglada y darles a nuestros niños el juguete de moda; pero también debemos dar aquellos regalos invisibles que nos hacen tan felices como los visibles, pero que duran mucho más, un beso, un te quiero, un gracias hacen a las personas que nos rodean mucho más felices.